domingo, 2 de noviembre de 2014

Capítulo II Episodio 9


En verano, al caer la tarde, la afluencia de transeúntes en la Plaza Mayor aumentaba de manera considerable. Allí se daban cita niños, jóvenes, adultos y ancianos de diferentes status; unos, sentados en las terrazas, tomando café, una cerveza o un simple helado; otros, en los bancos o de pie junto a estos; el resto, paseando o correteando por los soportales o bien bajo el amparo de la sombra que proyectaban los árboles que estaban junto a los pétreos asientos intercambiando todo tipo de información: haciendo vida social.
   Una de esas tardes, estando sentado sobre el granítico medianil que hacía posible ocupar el rocoso asiento a dos caras, Antonio entabló conversación con un joven de pelo cobrizo y, tras presentarse y tocar varios temas, terminaron hablando de trabajo:
   —Tú, ¿estudias o trabajas? —curioseó el que tenía la cara cubierta de pecas.
   —Trabajo de repartidor en el almacén de comestibles que está en la calle del Sol.
   —¡Ah!, es que llevo tiempo viéndote por aquí y como me caes bien y en el taller necesitan un pinche, pues había pensado que tú...
   —¿Eso que es?
   —Pues, alguien que esté interesado en aprender el oficio de mecánico, qué va a ser.
   —¿Cuánto pagan?
   —Yo, llevo dos años y me pagan tres mil pesetas a la semana; pero claro, a los nuevos les pagan menos.
   —¿Cuánto menos?
   —No estoy seguro, pero creo que ahora son dos mil, más o menos.
   —No está mal... a mi me dan mil quinientas pejetas y algunas cosas de comé.
   —Entonces, ¿qué dices?, ¿te interesa?
   —Pos, claro. ¿A quién no le interesa ganá más dinero?
   —¿Sabes dónde está el polígono industrial?
   —Sí, sí.  A veces me toca llevar algo al Hotel los Álamos.
   —¿Sabes dónde está la Compañía Extremeña de Aceites y Cereales?
   —Sí, allí vamos a buscá el aceite que se vende en el colonial.
   —Pues mi taller está justo al lado... ¡Ah!, cuando vayas, pregunta por el encargado, se llama Andrés, y no te olvides de decirle que vas de mi parte.
   —Está bien, pero se lo tengo que decí a mi padre y si a él le parece bien, iré.
   Tras despedirse con un efusivo apretón de manos, al llegar a casa, después de cumplir con el protocolo...
   —Tengo que hablá con usté, papa.
   —Adelante, hijo.
   —Esta tarde, en la praza he estao hablando con un muchacho y m'ha dicho de un trabajo que a mí me gusta mucho.
   —Pero ¿tú no estás contento a ónde don Julián?
   —No, papa. Además, en los talleres m'ha dicho que pagan más.
   —Hijo mío, no se trata de ganá más o menos parné, sino de está a gusto en los sitios.
   —Pos, eso mismo pienso yo, papa... allí m'aburro mucho… tós los días la misma faena, y pa rematá, el señó Jacinto tós los días llorando y diciendo que no m'ajunte con mis amigos.
   —El trabajo es mu sagrao, hijo. El pobre Jacinto lo jace por tu bien… esos granujas no tién güena fama.
   —Entonces, ¿qué dice usté, papa? ¿Puedo ir a presentarme en el tallé?
   —Me paece bien hijo, pero antes deja que vaya yo a jablá con don Julián. Siempre hay que queá bien en los sitios... Quiero que eso lo tengas en cuenta, toa tu vía.
   —Gracias, papa, asín será —dijo, sin poder contener las emotivas lágrimas.
   Paseaba y conversaba plácidamente José con uno de sus once hermanos entre los pétreos asientos, cuando al girar la vista hacia los soportales reconoció a Julián sentado en una de las terrazas, leyendo el periódico.
   —¿Tiés prisa, Doroteo?
   —No, ¿por?
   —Espérame aquí un rato, que tengo que decile algo a don Julián, el amo de los mis muchachos.
   —Si no te enreas mucho aquí mesmo t'aguardo sentao.
   —Ahora enseguía vengo.
   Aun faltaban un par de metros cuando se detuvo un instante para descubrirse y tras atusarse el pelo y recolocar el cuello y las mangas de la camisa.
   —Hola, güenas tardes tenga usté.
   Julián alzó la vista, dobló y depositó el ejemplar sobre la mesa y enarcando la ceja derecha le brindó el esbozo de una sonrisa.
   —¡Hombre!, ¿cómo tú por aquí?
   —Ya siento tene que molestale don Julián, ¿tié usté un momento?
   —Sí, claro. ¡Cómo no, José!
   —Es que tengo que decile algo sobre el mi Antonio.
   —Pero ¡hombre de Dios!, no te quedes ahí de pie, siéntate un poco... ¿te apetece tomar algo?
   Asintió encogiéndose de hombros.
   —¡Chist!, ¡chist! ¡Eh! camarero —dijo alzando y moviendo la mano derecha.
   —Hola, buenas tardes —saludó Julio, con voz clara y suave, portando una bandeja de acero recogida entre sus  manos—. ¿Qué desea el señor?
   —Sírvale a este buen hombre lo que le apetezca y para mí un café con hielo.
   El joven y atento mesero miró hacia José e hizo un gesto con la cabeza.
   —Me traiga una cerveza que no esté mu fría ¡por favó!
   Una vez que el empleado se había distanciado lo suficiente.
   —¡Adelante!, cuéntame José.
   —Pos, mire usté don Julián —dijo y se detuvo mientras trataba de hacer saliva con el fin de que fluyesen mejor las palabras—, se trata del mi muchacho...
   —Y, bien…, ¿qué le ocurre a tu hijo?
   —Que paece sé que s'aburre en el armacén y que quié probá suerte en otro oficio —balbució con voz trémula—. Espero que no se lo tome usté a mal don Julián.
   —¡No, por Dios, qué cosas dices! La verdad, es que no es el mejor momento para su partida, pero tengo que entender que si el muchacho no está a gusto, pues que le vamos a hacer... Es joven, honesto, trabajador e inteligente. Tiene toda una vida por delante y es posible que su futuro esté en otro lugar…
   —Gracias por sé usté una persona tan generosa y comprensiva don Julián.
   —Las gracias las doy yo a ti por ser un hombre cabal y por inculcar esos mismos valores a tus hijos.
   Tras levantarse y tender la mano José.
   —Dios guarde a usté y le de salú por muchos años don Julián.
   —Ve con Dios, José. Y, si algún día tu hijo quisiera volver a mi casa, dile que tendrá las puertas abiertas.






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